jueves, 16 de junio de 2016

DIOS

Hacía un tiempo que Mahatma Gandhi se retrasaba en sus rezos diarios, Manu Abha no estaban cómodas con esta situación, eran mas de las cinco y sus fieles que le esperaban para la oración empezaban a impacientarse. El inspector de la policía que siempre le acompañaba no se encontraba a su lado, inesperadamente había sido llamado al cuartel, Sushila Nayar seguía de viaje en Pakistan; demasiadas casualidades. Abha, le ofreció su hombro mientras Manu, un poco más retrasada, llevaba sus gafas y el cuaderno de reflexiones; conscientes de su falta de puntualidad, comenzaron a caminar rápidamente hasta llegar al jardín donde los seguidores aguardaban su presencia. Todo fue muy rápido, aquel hombre vestido de uniforme que destacaba entre la multitud, se le acercó disparando tres balas sobre su pecho. Gandhi intentó incorporarse aún con las manos juntas, Manu se apresuró a asistirle y pudo escuchar su último susurro: “He Ram” “Oh, Dios mío”. Una inmensa multitud se congregó a las puertas de su casa, “¡El que ha matado a Gandhi es un musulmán!” gritaban unos, "¡Estáis locos sabéis muy bien que es un hindú!” gritaban otros.
El bullicio en la línea de 10 del metro parisino en el que Alice Bourdeu se dirigía a la Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne, descendía considerablemente a partir de la 9 de la mañana, esta relativa tranquilidad le permitió repasar cómodamente algunos apuntes antes de asistir a la conferencia que sobre filosofía india se impartiría a 11 de la mañana en la universidad de la que era alumna. Alice nunca se mostró especialmente interesada por la filosofía india y sus conocimientos no iban más allá de los aprendidos de su amigo Daniel Barrat, antropólogo barcelonés con el que había viajado a Delhi el verano pasado. Matriculada en el grado de Historia de la filosofía, Metafísica y Fenomenología, andaba hacía casi un año enfrascada en textos clásicos de los cuales sacaba sus propias opiniones; convencida de que “el Dios de los teólogos” es una creación de Aristóteles, había profundizado en los textos de DescartesSpinozaLeibnizKant Hegel, pero aún su conocimiento era escaso en conceptos sobre budismo, taoísmo, animismo, positivismo o existencialismo.
El tren se detuvo de golpe quedándose a oscuras durante unos segundos, por megafonía anunciaban que debido a un accidente en otra línea se había suspendido la marcha que no obstante reanudarían rápidamente para acabar con un “perdonen las molestias”. Alice no recuerda el tiempo que caminó, después de decidir abandonar el tren por las anchas avenidas parisinas hasta que visualizó el edifico de la Sorbonne desde la confluencia de la rue Clovis con la rue Descartes. El cartel que anunciaba una exposición sobre Simone de Beauvoir situado en el tablón de anuncios del pequeño café donde decidió descansar, llamó su atención; se reflejaba en un pequeño ventanal frontal bajo el cual, en una minúscula mesita, discutían dos personajes que por sus atuendos bien podrían haber sido Mahatma Gandhi Jean Paul Sartre. Hablaban en voz baja aunque de forma vehemente.
Ali agudizó el oído, la discusión entre Ghandi y Sartre giraba en torno a la idea filosófica de la noción de uno mismo y la noción de dios. Mientras Sartre proponía una y otra vez que no hay reinos trascendentes más allá de este mundo y que la única realidad es el ser humano, subrayaba el concepto de la elección: “No hay mucho más allá del Ser, no hay un dios que decide por nosotros; uno es libre pero también es el único responsable de la propia libertad”; en cualquier caso no negaba la existencia de Dios, simplemente la consideraba irrelevante, “que dios exista o no, no cambia las cosas”. Ghandi por su parte, con un tono más pausado pero con contundencia, explicaba que la Verdad es Dios, es moral, unificada, inmutable y trascendente y por lo tanto no es objeto de la conciencia crítica o de la especulación filosófica; le repetía: “Me esfuerzo por ver a Dios a través del servicio prestado a la humanidad pues sé que Dios no está en el cielo, ni aquí abajo, sino en cada uno de nosotros”. Justo cuando Alice Bourdeu, estaba pensando que en el fondo las dos posturas no eran para nada contradictorias, el timbre del móvil vibrando sobre su mesa la volvió a la realidad. Era Daniel Barrat.
Aquel día, Adolf Hitler almorzó en compañía de sus secretarias en un silencioso ambiente y después del almuerzo, hizo matar a su perra Blondie. Luego dio a su ayudante Otto Günsche instrucciones estrictas sobre la cremación de su cuerpo y el de su esposa, probablemente para evitar que fueran exhibidos como “trofeos de guerra”, recordando el ultraje del cadáver de su amigo Benito Mussolini. Se retiró a las 16 horas junto con Eva Braun a su despacho privado contiguo a la sala de mapas y Otto Günsche y Linge se pararon frente al despacho esperando el momento de entrar; se sintió un disparo, Günsche y Linge entraron después de 15 minutos de acuerdo a las instrucciones. Hitler estaba recostado a un extremo del sofá con un tiro en la sien, con salida de proyectil, de la cual aún manaba sangre, Eva Braun estaba recostada al otro extremo con los ojos abiertos y una mueca de dolor en su rostro, una pistola estaba en la mesa a su disposición, pero no alcanzó a usarla, pues el cianuro suministrado por el médico personal de Hitler, Ludwig Stumpfegger, había sido rápido.
Él no tenía ninguna duda, durante toda su vida Hitler estuvo firmemente convencido de encontrarse bajo la influencia divina, pocos días antes de suicidio comentó con sus allegados como “la providencia” le había guiado durante toda su vida y seguiría haciéndolo después. De una forma premeditada y bastante estudiada fue sustituyendo la palabra “Dios” por “Providencia”, e incluso en alguna ocasión confesó que en su juventud había defendido la idea de destruir a la Iglesia de un modo radical, como con dinamita, borrarla de la faz de la tierra y quedar solo él junto a la Providencia, entendiéndola como la fuerza capaz de gobernar todos los acontecimientos de la tierra y de la vida humana.
Daniel Barrat estudió antropología en la universidad de Barcelona, sus inquietudes  sociales y humanitarias le llevaron a viajar por todo el mundo, unas veces como integrante de organizaciones no gubernamentales y otras como investigador para los artículos que esporádicamente publicaba en la revista digital Athenea. Salió de su casa a las 9 de la mañana, disponía del tiempo justo para encontrarse con su amiga Alice Bourdeu en el aeropuerto de Prat y tomar el vuelo a Tenerife donde asistiría en calidad de invitado al Starmus Festival.
Garik Israelian, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), fue el creador del Starmus Festival, simbiosis perfecta entre astronomía, arte y música a nivel mundial que atrae, edición tras edición, a las mentes más brillantes de la historia de la humanidad. En esta ocasión asistirían a una conferencia magistral de Stephen Hawking
En el avión, mientras que Daniel dormía, Alice aprovechó para “husmear” algunas notas que Daniel abandonó en la mesita cuando cayó rendido al sueño. Sin duda se trataba del último artículo en el que estaba trabajando. No logró entender casi nada, en líneas generales se empeñaba en desmentir la vinculación de Nietzsche y Adolf Hitler cuya polémica aún subsiste en la sociedad actual; los conceptos filosóficos de Nietzsche con nociones tales como “la voluntad de poder”, el advenimiento del “superhombre” y su célebre frase: “Dios ha muerto” eran suficientes para que muchos apostasen por el acercamiento.
En el auditorio no cabía un alfiler, Alice y Daniel, tomaron notas y escucharon con la atención la conferencia magistral de  Stephen Hawking. “Es maravilloso saber que las leyes de la física, a través de la selección natural, han producido estas enormes colecciones de átomos que somos los seres vivos, tan complejas que es fácil que se produzca la ilusión de que hay algún diseño detrás de ellas", sostuvo el científico. Con una visión optimista, aseguró que para él “no hay ningún aspecto de la realidad fuera del alcance de la mente humana” “Dios no es necesario para explicar el origen de todo“Creo que no hay ningún Dios”
Aquella mañana de marzo del 415, Hypatia se levantó algo cansada, aun así se dispuso para asistir al Museo; ya en esa época el “Museo” había perdido su esplendor, las diferentes escuelas para paganos, judíos o cristianos habían ganado terreno, sin embargo los estudiantes seguían viajando a Alejandría para asistir a sus lecciones sobre matemáticas, mecánica, astronomía y filosofía. Mientras caminaba, se agolpaban en su cabeza los recuerdos de sus viajes, Italia, Atenas, las enseñanzas de su padre Theón y las imprescindibles revisiones sobre sus textos de geometría y matemáticas.
La mañana fue larga, y a modo de premonición, Hypatia empezó a temer por las consecuencias de haber hecho caso omiso a las recomendaciones de su amigo Orestes negándose a traicionar sus ideas para convertirse al cristianismo. Como pagana, partidaria del racionalismo científico griego y personaje político influyente, se encontraba en una situación muy peligrosa en una ciudad que iba siendo cada vez más cristiana. Decidió volver a su casa dando por terminada la jornada no sin antes repasar su manuscrito sobre “la geometría de las cónicas de Apolonio”; un grupo violento de personas, la bajaron de su carruaje y la arrastraron a la iglesia de “Cesarea”, desnudándola le cortaron la piel con objetos afilados, llevaron los pedazos de su cuerpo a “Cinaron” y los quemaron hasta convertirlos en cenizas. 
Sonó el teléfono en el momento en que Richard Dawkins se encontraba ensimismado en la biografía de Hypatia de Alejandría, la llamada procedía del doctor Michael Persinger, un neurólogo de la Universidad Laurentian de Canadá que desde los años ochenta venía investigando los efectos de la estimulación sutil de los lóbulos temporales con el fin de producir experiencias místicas, fruto de estas investigaciones había ideado un aparato  que estimula el lóbulo temporal con un campo magnético rotatorio débil, que hoy conocemos como “casco de Dios”
Para Persinger era muy importante la opinión del divulgador científico británico Richard Dawkins autor de 'El espejismo de Dios' y 'La magia de la realidad', defensor acérrimo del darwinismo como apoyo a su tesis de que el ser humano es un producto exclusivo de la evolución biológica, sin intervención divina.
La conversación transcurrió con amabilidad a pesar del desencanto de Persinger que tuvo que escuchar por enésima vez las excusas de Dawkins para demorar someterse a la prueba del “casco de Dios
El 10 de enero de 1953, Janis cumplía 10 años y asistiría con sus padres, fervientes religiosos tejanos a los oficios de la “Iglesia de Cristo”, su madre siempre pensó que su hija era especial, infeliz, insatisfecha. Ahora, a sus  27 años Janis Joplin recordaba aquella noche en  la que tras su actuación en el festival de Monterey,  Jimi Hendrix le habló del LSD, la expansión de la conciencia y la comunión fraterna con el cosmos, algo con lo que siempre soñó en sus momentos de agonía, desesperación y asfixia existencial. 
Tal vez por eso, aquel domingo de octubre de 1970 su amigo John Cooke, se preguntaba ante su cuerpo sin vida, si su partida no había sido tal vez la búsqueda de una "trascendencia última" después de tantos escarceos con la fatalidad, el silencio y la nada.
Roberto, abrió su pub “Janis Joplin” pasadas las seis de la tarde, la noche anterior había sido larga; el local, situado en el distrito bohemio de Echo Park de Los Ángeles, puede considerare un verdadero “museo relicario” de Joplin, desde objetos conseguidos en subastas de cualquier parte del mundo hasta la música y los cócteles a los cuales Roberto bautiza con el nombre de las canciones de su ídolo. Pasadas las 10, un pequeño de grupo de personas con buen aspecto, entraron en el local, casi al instante pudo saber que se trataba de científicos y médicos que participaban en el Congreso sobre “La Naturaleza de la Conciencia” celebrado en la capital de California.
Después de servir las copas, desde un rincón de la barra, prestó atención a la conversación donde se empleaban términos que no lograba entender y que se apresuraba a buscar en el buscador de su smartphone, de esta forma consiguió averiguar el significado de entógeno “dios generado dentro de nosotros”, o de Psilocybe “planta conocida en la cultura azteca como hongo de dios”
Rick Strassman, eminente psiquiatra, investigador y autor del libro “DMT Spirit Molecule”, parecía llevar la voz cantante de una conversación en los que todos estaban de acuerdo en que la ingesta de sustancias enteógenas, utilizadas por chamanes y jefes religiosos de todos los lugares del mudo, fue el origen de las religiones, aunque no necesariamente del concepto de dios, cuestión mucho más filosófica. 
En el coloquio hablaron de las teorías del neurólogo Kevin Nelson, y de su libro “The Spiritual Doorway” (La entrada espiritual en el cerebro), en este punto, y aceptado por todos que el cerebro produce espiritualidad, aparecieron dos posturas diferentes, la de los creyentes que argumentaban que Dios ha colocado en el cerebro humano estructuras que permiten la experiencia espiritual y contacto con la divinidad, y la postura contraria que afirmaban que estas estructuras son las que han generado las creencias en Dios y seres espirituales como un producto accesorio de otras funciones ligadas al cerebro emocional.
Posiblemente Roberto no llegó a comprender la conversación, regresó a casa al amanecer con el sonido de “Time keeps movin' on, Friends they turn away, I keep movin' on, But I never found out why, I keep pushing so hard the dream, I keep tryin' to make it right, Through another lonely day, whoaa”, y la entendió por primera vez a pesar de haberla escuchado miles de veces.